Wednesday, March 22, 2006

Era el año de 1840...
(I parte)

Es el año de 1840. Vivimos en pleno siglo XIX.
Cuando el cielo deja caer sus últimas lluvias a principios de noviembre, el clima es frío y húmedo. Esta tarde me encuentro sentada sobre la vieja mecedora en una esquina del oscuro desván. Pienso mientras acaricio el suave listón color perla, bordado sobre mi vestido y miro por la ventana a la gente pasar con sus decorados paraguas. Me entretiene ver como las mujeres, al pasar recogen sus vestidos para que el charco fuera de mi casa no les empape sus bastillas, dándole menor importancia al destiñe de sus botines; mientras otras, vanidosas se preocupan por que su cabello se encuentre bien protegido bajo su sombrero, pues saben que unas cuantas gotas, harán ver desechos sus delicados bucles. Veo, también como los caballeros pasan, absortos en sus pensamientos haciendo gestos y ademanes para ellos mismos, recordando, quizá alguna conversación y no saben que detrás de un vidrio cercano alguien los observa y se pregunta qué es lo que piensan.
Un hombre joven camina lentamente y se detiene. Voltea lentamente hacia donde yo estoy. Sabe que estoy ahí y levanta un poco su sombrero de copa para permitirme ver su mirada. Es Eduard, primo de una amiga mía, es amable pero tristemente perteneciente a la clase aristocrática. Sonríe y me hace una reverencia ¿cómo supo que yo estaba allí? Yo saludo desde el otro lado de la ventana con la mano cubierta por mi guante blanco. Él continúa su marcha. Un buen joven en edad de casarse, mientras yo, a los dieciséis años no podría siquiera pensar en las posibilidad de ser partidaria para esposa de un hombre diez años mayor y pero aún, rico.
Suspiro mientras lo veo alejarse y le doy vuelo, con los pies, a la mecedora. Oigo cascos de caballos acercarse y al mirar otra vez por la ventana veo a mamá y a papá bajar del carruaje; corren hacia la entrada de la casa y oigo como mi hermana Margot baja apresuradamente los escalones dispuesta a abrirles. Sé que debería salir a recibirles, pero no, quiero estar sola. Recargo la cabeza en el respaldo de la silla.
Oigo que cesa de llover, quizá pueda dar un pequeño paseo sola. Me pongo de pie y me dirijo a la puerta, escucho como el ruido de mis tacones se amplifica en este lugar; giro el picaporte de la puerta y salgo. Bajo los escalones de madera que en tiempo de lluvias rechinan mientras uno los pisa. Oigo a mis padres hablar en la cocina, así que solo aviso mi salida:
- Iré a dar una caminata, vuelvo para la cena-. Tomo mi sombrero y mi saco de muselina que yace sobre el respaldo del sillón. Antes de colocarme el sombrero lo miro de frente, veo el moño que le adorna y se me hace ridículo. Intento quitárselo pero está bien pegado.
Me lo coloco sobre la cabeza y abro la puerta para salir. Inmediatamente me rodea el frío, me visto el saco y comienzo a caminar. Bajo los escalones de piedra de la entrada y abro la reja. Recojo un poco mi vestido por la mencionada razón y comienzo mi marcha. No llevo paraguas así que si comienza a llover me tendré que arriesgar a un buen resfriado; así es, las enfermedades me importan más que el aspecto de mis bucles, aunque de cualquier modo, no tendría que preocuparme, pues me agrada llevar el cabello recogido.
Camino por las calles mojadas unos minutos, parecen desoladas, hasta que veo desde lejos a una señorita que viene del brazo de un caballero de bigote. Lleva puesto un vestido de seda rosa con moños y lazos por todas partes; guantes, sombrero y botas hacen conjunto con su traje. Al pasar junto a mi me mira de pies a cabeza, ve mi sencillo vestido beige de encajes blancos, con cierto desprecio. El caballero se inclina el sombrero hacia arriba y saluda “Buen día, señorita”. Y la engreída señorita a su lado solo levanta la cabeza orgullosa. “Ridícula”, pienso.
¿Qué es lo que se depara para una joven de la clase media en estos tiempos? Estudiar un poco, aprender a cocinar y a realizar el aseo de la casa, para que a los veintitrés años casarse con un hombre de su mismo nivel social; pasar la vida tejiendo, vivir a expensas de su marido.
Al pensar en eso me figuro que somos títeres sin sentido de la individualidad, haciendo sólo lo que se “usa” hacer. ¿Qué clase de vida es esa?, es deprimente pensar en eso.
Ha comenzado a llover levemente y me encuentro justamente a una cuadra de casa de Helenna, mi amiga. Corro hasta llegar a su pórtico y llamo a la puerta. Abre ella.
-Madeleine, que sorpresa- dice permitiéndome entrar. Me despojo del saco y del sombrero y acomodo detrás de mis orejas los mechones ondulados que se han soltado del “chongo”.
-Pasa, pasa- dice. Yo camino hacia la sala, el interior está casi en penumbra. Me miro en el espejo y me paso la mano por el cabello castaño para secar las gotas de lluvia, en eso, veo por el espejo que hay alguien detrás de mí, alguien que entre las sombras me mira fijamente. Volteo rápidamente para ver de quién se trata.
Es Eduard.
-Oh, que susto- digo con la mano en el pecho, él sonríe desde el fondo de la sala.
- No la esperábamos por aquí, Madeleine-dice, con una voz cargada de misterio.
-Yo… quería dar un paseo y cuando comenzó a llover vi que me encontraba cerca de casa de Helena y…-
La mirada fija de Eduard hace que mi pulso se acelere y que mi respiración se haga difícil, sus ojos obscuros, fijos en mí, hacen que me ponga nerviosa. Recupero el aliento.
-…y decidí venir a visitarla- termino la frase.
-Ya veo- dice pensativo- una joven bonita como usted, no debería salir sola-. Yo siento como me sonrojo.
- Sobretodo por el peligro que ha habido en las calles últimamente-.
Entra Helenna con una charola de té en las manos.
-Les vendrá bien un poco de té de azahar…Madeleine, haz el favor de tomar asiento-.
Yo camino sobre la alfombra rodeando la mesita de té y tomo asiento en el sillón frente a Eduard. Comienzo a hablar con Helenna sobre el libro que le he prestado. Siento que al hablar, Eduard no me quita la vista de encima.
Después de un rato llegan más visitas haciendo que Helenna nos deje solos; permanecemos un par de minutos en silencio mientras yo pienso en el miedo que me causa ese joven, quizá por su piel tan blanca y sus ojos y cabello negro pero a la vez, esa mirada, sumada al hecho de que es más grande que yo y un tanto excéntrico me hace sentir una especie de atracción hacia él.
- ¿Está usted comprometido?- pregunto.
- En realidad no, sigo buscando a la mujer ideal-
- Disculpe mi curiosidad, pero me gustaría saber que características tiene esa mujer-
- Disculpo y justifico su curiosidad, señorita, pero es aún usted muy joven para comprender ese tipo de cosas-
Eso me enoja.
- Y espero que vos disculpe mi osadía, pero me molesta que me vea como cualquier jovencita de pensamientos e ideales absurdos, que solo viven para “hacer feliz” a su marido y educar a sus hijos, preocupadas por ser como una muñeca de porcelana y no crea que he sido maleducada, pero entienda que me parece despectivo un estereotipo así. ¿O qué cree que soy?-
El sonríe.
- Vaya que me sorprende, Madeleine… quizá en usted, como en pocas habitan cualidades que os hacen dignas de ser distinguidas-
- ¿Y de que nos ha de servir eso? ¿De qué nos sirve pensar? Sólo nos hace sentirnos la oveja negra de la sociedad pues hoy en día nadie desea ser diferente-
- Quizá en su mundo no sirva de nada, en su mundo ser la oveja negra es malo- dice inclinándose hacia mí.
- No me hable de utopías pues yo refiero a la realidad- digo
- Puede no ser una utopía, señorita…simplemente veo más horizontes. El hecho de que no conozca París no significa que no exista. ¿se atreve a contradecirme aún?-
- No, en eso no-. Nos quedamos en silencio unos minutos. Él parece estar pensando en algo, mientras que yo me cuestiono ¿a que se refiere con eso?
- ¿Desde cuando piensa usted todo eso?- pregunta interesado.
- Un año, quizá-
- ¿Qué más le molesta?-
- Sólo eso, la inconciencia, las modas absurdas que toda la sociedad sigue. Para serle honesta me molesta en sí la sociedad… quisiera vivir en otro mundo, en un lugar más… ¿misterioso quizá? O ¿cuál es vuestra perspectiva?- pregunto.
- Creo que tiene razón, Madeleine pero también veo que sufre innecesariamente pues no tiene porqué soportar esas aberraciones…hay un lugar mejor, señorita- se pone de pie- existe un lugar donde no hay esa mediocridad, porque la sabiduría es aún mas rica, donde el bien y el mal no existen, donde la línea entre la vida y la muerte comienza a crear otros mundos…
- ¿Cuál es ese lugar?- pregunto, impaciente.
- Es tarde ya y ha comenzado a llover… si gusta puedo llevarla a su casa-.
Quizá debo rechazar la invitación, pues sé que su presencia me hace temblar. Quizá, sentada en el carruaje junto a él, note que me pongo nerviosa.
-Está bien- acepto. Nos despedimos de Helenna y salimos de su casa; me vuelvo a colocar el sombrero y el saco.
Abre la puerta del carro, me introduzco en él y la cierra, luego él se sube y comienza a andar. En todo el camino no hablamos.
De vez en cuando le miro de reojo y luego volteo a ver el camino. Él me mira y luego, también, desvía la mirada. Trato de concentrarme en mi respiración.
Al llegar a mi casa, se detiene. Yo me había quitado los guantes y tengo las manos entrelazadas sobre el regazo. Él pone su fría mano encima, lo que acelera el latido de mi corazón y acerca su boca a mi oído, tan cerca que siento su aliento.
- Tengo lo que busca, Madeleine- susurra. Yo me quedo helada…sus palabras son como un hielo que se desliza a lo largo de mi cuerpo sobre mi cálida piel. Lo miro y el sonríe mostrando su blanca y perfecta dentadura. Después baja para abrirme la puerta.
Después de la cena, toda la familia, nos sentamos en la sala para conversar. Yo no quiero contar mi experiencia de esta tarde, así que subo a mi habitación a pensar en eso.
Cada que lo recuerdo, creo volver a sentir su aliento en mi oído, pensar en su mirada hace que mi respiración se vuelva a agitar. Deseo con ansiedad volver a verlo. Tanto, que podría bajar ahora mismo por la ventana y correr entre la noche, para sentir una vez más su mano fría sobre mi piel. Pedirle que acaricie mi mano, mi cuello… para que mi cuerpo vuelva a temblar al sentir el frío de sus dedos. Oh, esa sed, esa ansiedad que me hace pensar en el amor. ¿Es que estoy enamorada de él? ¿O será simplemente obsesión? Lo que sea de lo que se trate, sé que no podré desminuirle o distraerle ni con el paso de las semanas. ¿Acaso mi cuerpo empieza a sentir la necesidad de otro tipo de presencia? ¿O es que mi fastidiosa obsesión por lo extraño y diferente me ha hecho querer tener a un hombre así? Ay de mí, tarde que temprano mis pensamientos iban a traer una repercusión y ahora la veo, viéndome a mi misma atrapada por los muros de la impotencia. Qué lástima me doy, alejada de todos por ser diferente y frustrada por no tener lo que deseo y es que lo que deseo es verdaderamente difícil de conseguir. Pues ¿qué oportunidades hay de verme en los brazos de ese que tan lejano se ve y se atreve a burlarse de mí creando ilusiones de una utopía que siempre construí? Y yo, no estoy exonerada de toda culpa de ese maléfico sufrir, pues es mi inocencia la que permite que entren todas ideas a mi mente, pero… ¿qué tal si no soy ilusa e inocente? Nadie me había hacho creer algo, nunca había creído en algo por alguien más. Es, entonces él el único culpable, pues sabrá Dios como hizo para que yo viera las cosas de aún más diferente forma.
Han pasado algunas horas, las luces de la casa están apagadas ya, y todos en sus camas. Miro en la oscuridad el techo…………………
-Bueno si me permites, debo dormir pues si no descanso lo suficiente me sentiré agobiada todo el día- dice y vuelve a su posición de lado.
Escucho las doce campanadas del reloj en el piso de abajo y me acomodo bajo las cobijas para despejar mi mente y tratar de dormir.
Me he de haber quedado dormida pues me encontraba de repente en un lugar semi iluminado. A mis pies, aguardaban unas amplias escaleras cuyo centro se hallaba cubierto por una alfombra color vino. ¿Dónde estoy?
Estoy dentro de mí misma pero mi cuerpo no obedece a mi pensamiento, mi cuerpo actúa por su propia cuenta.
Me siento diferente. Algo está mal con mi vestuario, con mi cuerpo, con mis sentimientos, simplemente era diferente. Siento el corsé más ajustado que nunca. Si pudiese ver tan sólo mi vestido… ¿de qué color es? Aunque no pudiera verlo sentía algunos aspectos que me hacían adivinar lo que llevaba puesto. El tacto suave y delicado de mis piernas me hace saber que visto medias de seda y la posición de mis talones me dice que llevo botas de tacón alto. A pesar que el traje me aprieta el pecho, no siento incomodidad, y por la temperatura de mi cuerpo, sé que mi cuello y hombros están desnudos y que mi cabello cae sobre ellos. Me siento extraña, quizá estoy en otro cuerpo.
Miro hacia abajo, nerviosa, veo unas cincuenta parejas bailando, algo está mal ahí: el escenario, los vestidos, la música…no alcanzo a detectarlo porque alguien pone su mano sobre mi hombro descubierto. La mano no se siente fría, pero por la sensación que le causó a mi cuerpo, sé que es Eduard. Lo miro… la atracción se despierta otra vez. Está vestido elegantemente pero diferente. Me tiende la mano, yo siento como mi cuerpo levanta el brazo para dárselo. Veo el brazo, veo el guante negro de seda que me cubre hasta el codo ¿Negro? Ya tomados del brazo, bajamos los escalones. Al recoger mi vestido y fijarme en no pisar la falda, veo que estoy envuelta en un fino traje del mismo color que mis guantes.
Al llegar a la pista de baile, Eduard me coloca junto a él, de tal modo que percibo la temperatura de su cuerpo, mi pecho está en contacto con el suyo, nuestras manos están unidas y su otra mano abraza mi cintura; comenzamos a bailar, siento mis movimientos ágiles y ligeros, como si estuviese flotando. Él me mira profundamente a los ojos.
En ese momento despierto. Ya es de día. Vaya que ese es el sueño más encantador que he tenido en mi vida.
Temo tanto que en el transcurso del día se borre esa sensación, esos recuerdos tan reales y sólo me quede en la mente la simple idea de que soñé maravilloso. Mi deseo de volver a ver a Eduard es aún más grande que el día anterior, necesito verlo… ¿qué hora es? ¿Estará en casa de Helena? Las posibilidades son remotas. Tengo que pedirle que me muestre su mundo, decirle que estoy dispuesta a dejar todo eso que odio, convencerle de que estoy dispuesta a conocer lo que he estado esperando.
Acomodo mi cama rápidamente y bajo al comedor, toda la familia está desayunando ya. Después de saludar con desgano me siento en una de las sillas, bajo la petición de mi madre. Permanezco mirando mi plato vacío mientras los demás hablan alegremente……………
Mi familia partió después de media hora. Yo espero en el desván a que el carro se aleje; me he puesto mi traje rojo, que se encuentra bastante desgastado, pero el color aún está fijo.
Dos horas después me encuentro exactamente en el mismo lugar. No lo encontré en casa de Helena y después de platicar un poco para no hacerle notar mi extraña ansiedad, me comentó que la casa de su primo estaba bastante retirada como para ir caminando; entonces fui a casa a sentarme en la mecedora del desván, esperando verlo pasar por afuera de la ventana.
Pasan los minutos, las horas y comienzo a sentirme aburrida. Me levanto y voy por mis instrumentos para tejer. Pienso que debí de haber ido con mis padres, pero después más arrepiento haber creado esa idea.
Comienzo a tejer una bufanda, pero suspendo al ver que mi falta de concentración hace que el tejido se vea desalineado. Suspiro y miro por la ventana. Nadie pasa. Comienza a oscurecer.
Es entonces cuando decido salir de la casa. Me dirijo, caminando lentamente hacia la plaza y regreso. Cuando voy acercándome a mi casa, veo la silueta de un hombre con traje oscuro, sombrero y una corta capa. Espero que sea él.
Se acerca y me parece eterno lo que tarda en caminar hasta donde me encuentro. Se detiene frente a mí. El sombrero yace sobre su rostro y me impide ver sus facciones; me inclino un poco hacia abajo para verle. Se lo quita.
Es él, lo sabía. Miro su blanca piel, sus ojos.
-Oh Eduard, he esperado todo el día para…
-Shhh- dice. Me ofrece su brazo para caminar con él, se lo doy y recuerdo intensamente el sueño de anoche. Caminamos del brazo bajo la luna plateada y las nubes grises, la luz de las lámparas se refleja maravillosamente sobre la acera. Me siento feliz, hace ya varios años que no tenía ese sentimiento. Al fin lo he encontrado, he encontrado el motivo de mi existencia.
Caminamos dos cuadras y dimos vuelta, una calle más y nos detenemos en la última casa. Es una construcción grande y hermosa de ladrillo gris, cuyo interior parece carecer de iluminación. Subimos las escaleras del pórtico y Eduard busca las llaves en su saco, da un paso adelante pero yo no me muevo ¿debo entrar? A pesar de que mi casa está cerca, me siento insegura de entrar por la noche a un lugar desconocido. Él me mira, su expresión me dice “no temas, yo estoy contigo”. Coloca su brazo en mis hombros y me conduce hacia la entrada, me siento más protegida. Antes de que encuentre las llaves, alguien desde el interior abre la puerta.
Entramos y veo a la persona que nos dejó pasar. Es una hermosa mujer de unos veinte años, su cabello es como la sangre seca, en verdad me da esa la impresión pues cae en sus hombreo y rostro en ligeras y delgadas ondulaciones en vez de bucles. Su piel era tan delgada y blanca que se podían ver las venas de su cuello; sus ojos son grandes y grises y sus labios delgados y rojos. Me parece la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Y su vestido, su vestido es también maravilloso. Es como el fuego rojo y brillante hecho con seda color vino y encajes negros. Me quedo anonadada por unos momentos.
- Así que es ella – dice mirándome, sus ojos se abrieron aún más en señal de orgullo.